La enemiga de la muerte.
Hace muchos años, los suficientes para que incontables
países e imperios se convirtieran en polvo, hubo un tiempo y lugar en el que
las personas no le temían a la muerte. No se escondían de su apática mirada ni
la alejaban con historias y mitos creados únicamente para distanciarse de ella.
Nadie recuerda cuanto tiempo ha pasado desde entonces,
pero se sabe que el lugar en cuestión era un pequeño pero poderoso país; se
encontraba en el norte del mapa, detrás del final del mundo y por encima de las
gigantes montañas de hielo. Valaris era el nombre de aquel lugar, un nombre que
en estos tiempos solo forma parte de leyendas y canciones infantiles. Su ciudad
principal estaba construida encima de roca y hielo, y cada hogar y calle se
encontraba cubierta de finas capas de nieve reluciente. Todos la conocían como
la ciudad luminosa, debido al agradable brillo que esta emitía durante la
noche, cuando la luna reflejaba su luz
en la blanca superficie del lugar.
Pero más que nada Valaris era conocida por el poder y la
sabiduría de sus habitantes. Todos los que vivían allí eran émpatas, con muy
pocas excepciones. Muchos años atrás habían encontrado los secretos de la magia
de la vida en lo profundo de las montañas más antiguas, donde se hallaba la
fuente de los muertos, un lago cristalino que separaba el mundo mortal del de
los espíritus. Los que encontraron aquel lugar aprendieron de aquellos seres y
lograron conocer la forma y el funcionamiento de las almas humanas,
permitiéndoles curar casi cualquier herida emocional o tristeza que los
invadiera. Con esta magia también recibieron sabiduría, y en vez de usar tal
poder para evitar la muerte entendieron que ésta era una parte importante del
proceso de la vida, y se concentraron en buscar la felicidad y eliminar dentro
de sí mismos el miedo a lo inevitable.
En esos tiempos Valaris se encontraba en guerra contra
uno de los mayores imperios del mundo, cuyo nombre también ha sido olvidado.
Aquellos hombres y mujeres le temían a la muerte, y era por eso que deseaban
conocer con tanta desesperación las magias secretas que los valáricos habían
descubierto en el fondo de las montañas. Y si bien dicho imperio los
sobrepasaba en números, las altas montañas y los corazones valientes de los
ciudadanos de Valaris les impedían el paso cada vez que había un ataque.
Los soldados del imperio depositaron sus esperanzas en el
hierro, el fuego y la magia, pero estos no eran rivales para los guerreros
valáricos los cuales iban a la batalla sin miedo ni duda alguna en su interior.
Todos y cada uno de ellos poseía una voluntad irrompible y una fuerza
descomunal.
Pero había dos hermanos que se destacaban entre los demás
valáricos, dos hermanos cuyo poder y hazañas serían contados alrededor del
mundo en los años venideros. Ellos eran la verdadera razón por la cual ningún
ejército podía cruzar el camino de hielo hacia Valaris. No había persona que no
hubiera oído de ellos, y en el resto del mundo no existía ni un imperio que no
les temiera.
Drei, el mayor de los dos,
había pasado toda su vida ayudando a aquellos cuyo poder no les alcanzaba para
ser felices. Con tan solo mirar a alguien Drei era capaz de entenderlo
completamente y ver los puntos oscuros de su alma, y con apenas unas palabras
de su boca podía liberarlo de cualquier miedo y desesperanza que yaciera en su
interior. Cuando estalló la guerra Drei se convirtió inmediatamente en el líder
y estratega de aquellos que defenderían la ciudad. Drei no era un guerrero y
jamás había levantado una espada, pero eso no significaba que no fuera útil. Su
visión le permitió ver el camino más fortuito en cada batalla, y con el poder
de su voz imbuyó a sus soldados con una valentía que no se vio jamás desde
entonces ni volverá a verse.
Bajo su comando Valaris
resistió innumerables batallas sin perder su resplandor, incluso cuando la
victoria parecía algo imposible y los números no estaban en su favor. Pero Drei
no era el único responsable por esas victorias, ya que su hermana había sido
igualmente e incluso más clave que él para alcanzarlas.
Inyssa era diferente a su
hermano y a la mayoría de los habitantes de Valaris. Si bien no poseía la
capacidad de ver en el interior de los demás, su propia alma quemaba con una
fuerza sin igual. Para cualquiera que fuera émpata, estar cerca de la mujer era
como pararse a centímetros de un incendio; era reconfortante y cálido, pero a
la vez violento y lleno de vigor, y dicho fuego era el que se extendía a sus
compañeros cada vez que luchaba. Con su escudo defendía a sus compañeros con la
firmeza de un glaciar, y con su cimitarra de hielo verdadero destrozaba a cualquiera que la enfrentara. A
lo largo de su vida Inyssa mató a más personas que las que vivían en Valaris, y
no dudó con ninguna de ellas.
Juntos, Inyssa y Drei habían
ganado más batallas de las que podían contar, y gracias a ellos nadie había
perdido la esperanza de que algún día la guerra terminaría, ya que incluso
cuando no se encontraban peleando ambos atendían a los heridos y les daban
fuerzas a los demás ciudadanos con un optimismo que era difícil ignorar. Inyssa
no hablaba ni sonreía tanto como su hermano, y era generalmente una persona
introvertida, pero su presencia sola bastaba para subirles el espíritu a los
demás, y no había nadie en Valaris que no la admirara.
Pero si bien Inyssa contaba
con un poder capaz de derrumbar montañas y una voluntad de hierro, había una
parte de sí misma que la asustaba y le dificultaba el sueño por las noches. Era
invadida por una sensación vergonzosa y oscura que se encontraba tan escondida
en su alma que ni siquiera su hermano era capaz de notarlo, pero ella sí.
Inyssa había matado a
incontables personas y nunca había sentido nada al respecto, como era esperado,
e incluso su propio bienestar no le preocupaba ya que estaba segura de que no
había nadie que pudiera derrotarla. Pero había algo que la sacudía en batalla,
y era presenciar la muerte de sus compañeros. Jamás hubiera admitido algo así
por miedo a parecer una lunática, y de hecho al principio ella misma se negaba
a aceptarlo, pero mientras el tiempo y la guerra pasaban esa sensación se
volvía cada vez más molesta, casi insoportable. Conocía a todos los guerreros de
su batallón, y los consideraba grandes amigos a cada uno ellos, pero sabía que no
podía evitar que cayeran bajo la espada tarde o temprano. No importaba que tan
buenos sean, todos los guerreros morían en batalla; ella lo sabía, era una
verdad que entendía hasta la médula, y aun así la desconcertaba cada vez que ocurría.
Muchas veces había pensado
en hablar con su hermano y buscar su consejo, pero temía que lo declarara como
locura y la creyera incapaz de volver a pelear. No podía permitir eso, estar en
las primeras líneas en cada enfrentamiento era la única forma de proteger a sus
compañeros. Así que se guardó esa sensación dentro, sin mencionarlo jamás, ni
siquiera a aquellos que más amaba, y tratando de soportarlo lo mejor que
pudiera.
Un frío día de otoño Inyssa se
encontraba vigilando el camino de hielo junto a su pareja Riven, cuando ambas
fueron víctimas de una emboscada a manos de espías del imperio. Eran al menos
diez soldados, todos portadores de magias de sombra con las que se habían
escabullido hasta allí para tenderles una trampa. Habían estado vigilando a
Inyssa durante varios días durante su guardia, esperando el momento justo para
acabar con ella, eliminando la mayor amenaza de la guerra.
Normalmente habría tenido
grandes problemas para luchar contra diez personas a la vez, pero con Riven a
su lado sabía que no había forma alguna de que fueran derrotadas. Su compañera
desenfundó con maestría su largo arco de cuerno y mató a dos de una flecha al
corazón antes de que dieran cuenta de lo que sucedía. Inyssa no contaba con su
escudo, pero esperaba poder acabar la pelea sin necesitarlo, usando tan solo su
fiel cimitarra.
La mujer era una furia,
cortando a sus enemigos y esquivando ataques con la rapidez de un gorrión,
mientras que su compañera asestaba flechazos con la serenidad de una hoja al
viento. Pronto ambas acabaron con todos sin recibir herida seria alguna; Riven
había salvado a Inyssa en una ocasión cuando uno de los espías se había puesto
detrás de su punto ciego para apuñalarla, pero la entrenada arquera logró
derribarlo antes de que pudiera desenfundar el cuchillo. Inyssa se volteó a
felicitar a su compañera, y notó con horror la sombra que tomaba forma detrás
de ella.
Uno de los espías se había
quedado escondido esperando una oportunidad, y atravesó el corazón de Riven con
un puñal en el momento en el que esta quiso salvar a Inyssa. Vio como el
símbolo azul y marfil de su túnica se teñía de rojo, y acto seguido la mujer
cayó al suelo con violencia, y no volvió a moverse. Cegada por la ira se
abalanzó contra el soldado con la fuerza de una tormenta, más descontrolada que
nunca. El hombre cayó cómo el trigo ante una hoja curva, y el rostro de la
mujer fue salpicado con la calidez de su sangre.
Inyssa dejó caer su arma por
primera vez y se arrodilló frente a su amada, lágrimas limpiando la sangre en
su rostro. Sentía el interior de su pecho retorcerse con esa horrible
sensación, esta vez peor que nunca. Riven aún respiraba, pero hubiera sido
claro para cualquiera que no le quedaba más de unos minutos de vida. Sabía que
tenía que hacer algo, no le importaba qué.
-Voy a llevarte con Drei.-
Le susurró con dificultad, arrastrando las palabras.
-¿Llevarme…
con Drei?- Riven arrugó las cejas ligeramente, como si no entendiera lo que
acababa de escuchar. En su rostro no se reflejaba ningún tipo de conmoción o
tristeza.- ¿Para qué?
-No
puedes morir aquí, esto ni siquiera fue una batalla de verdad.- Inyssa buscaba
en su interior alguna excusa que lograra convencerla, pero no se le ocurría
nada.- Podemos… podemos curarte, no tienes que morir. Eres una de las mejores
arqueras que tenemos…
-Hay
muchos otros como yo.- Contestó con calma.- ¿Por qué estás así? No me preocupa
morir.- Sonrió con las pocas fuerzas que le quedaban.- Llegó mi hora, no hay
nada que pueda hacer.
-No…
no digas eso.
-Lo
siento mucho, pero no tienes de qué preocuparte. Volveremos a vernos ¿O no?
Algo
se rompió dentro de Inyssa, y esta comenzó a gritar y a rogar sin importarle lo
innatural que sonara. Le suplicó que no muriera, le dijo que podía evitar la
muerte si lo deseaba, todos los émpatas podían, no tenía ningún sentido morir
allí, acostada encima del frío hielo ¿Cómo podía estar tan calmada en un
momento así? ¿Acaso no quería seguir viviendo junto a ella? Vivir para
presenciar el final de la guerra… eso era lo que Inyssa deseaba más que nada en
el mundo ¿Pero qué mérito tenía eso si al final ella era la única que quedaba?
Riven
estiró una mano para acariciarle la mejilla, aun sonriendo. Le dijo que volverían
a verse algún día cuando el tiempo le llegara a ella también. Usar sus poderes
para vivir más solo alargaría lo inevitable; temerle a la muerte no tenía
sentido alguno. Y al pronunciar esas palabras respiró por última vez, la
sonrisa aún grabada en su rostro, y sus ojos dejaron de ver.
Pasaron los días en Valaris
y la preocupación iba en aumento. Todo a lo largo de la ciudad se oían rumores
de la desaparición de Riven e Inyssa, y podía notarse un ambiente sombrío que
lo cubría todo como lo hacía la nieve. Las mujeres habían estado de guardia
hace menos de una semana, pero cuando sus compañeros notaron que no volvían
enviaron a un pequeño equipo a buscarlas. A pocos kilómetros de la ciudad
encontraron once cadáveres repartidos alrededor de un corto estrecho del camino
de hielo, todos soldados del imperio enemigo. De ellas no había rastro alguno
excepto por una cosa; la cimitarra de Inyssa que se hallaba tirada en el suelo,
desenfundada y manchada de sangre. No encontraron sus cuerpos por más que
buscaron.
Drei se encargó de guiar
todas las búsquedas siguientes, pero el paradero de su hermana se negaba a
revelarse ante su visión, algo que nunca le había pasado antes. Estaba
completamente seguro de que Inyssa seguía con vida, pero le preocupaba el hecho
de que podrían haberla secuestrado, o algo incluso peor. Si sus enemigos se
enteraban de su desaparición entonces no dudarían en dar un último ataque, y
Drei no estaba seguro de poder lograr la victoria sin el llameante espíritu de
su hermana inspirando a sus camaradas. Así que eligió a sus mejores soldados y
salió de la ciudad en busca de la mujer durante la noche, esperando que la luna
fuera la única que percibiera su ausencia.
Atravesaron el gran camino
de hielo hacia los pequeños pueblos que se hallaban más allá de Valaris, con la
esperanza de encontrar algún rastro de Inyssa. Por donde pasaban podían apenas sentir
su aura, cómo pequeñas volutas de humo, cosa que les parecía increíble. Drei
preguntó en cada hogar y negocio si la habían visto, y cada vez consiguió la
misma respuesta. Una terrible mujer de ojos ardientes había pasado por allí en
caballo no hace mucho, cargando a una persona sobre el lomo del animal y
haciendo preguntas. La mayoría se negaba a hablar al respecto, sacudiendo la
cabeza y mirando hacia otro lado como si temieran a algo, y cuando Drei los
miró a los ojos notó una preocupante oscuridad en el interior de esa gente, lo
que lo desconcertó. Finalmente fue una mujer joven quién fue lo suficientemente
valiente como para contarles lo que había visto, aunque fuera al borde de las
lágrimas.
“Pasó por el camino anoche y
vino hacia nuestra familia como si quisiera pedirnos algo. Su armadura estaba
cubierta de sangre y parecía… enferma, como si no hubiera comido en varios
días. Pero cuando quisimos ayudarla nos miró con esos ojos horribles y… fue
como sí nos hubiera paralizado, jamás había estado tan asustada en mi vida. Nos
preguntó algo sobre una fuente de los muertos, pero nosotros no sabíamos nada
al respecto. Estoy segura de que si hubiera tenido una espada nos hubiera
matado a todos; nunca había visto a nadie tan furioso. Pero simplemente se dio
la vuelta y se subió a su caballo, y desapareció hacia el norte.”
Drei se marchó con urgencia
del lugar, ordenándoles a sus soldados que se quedaran atrás. Una terrible
sombra se cernió sobre el hombre mientras este cabalgaba hacia las viejas
montañas del norte; ya sabía dónde estaba su hermana, y esperaba poder
encontrarla antes de que fuera demasiado tarde. Tardó menos de un día en llegar
al lugar, y para entonces el sol ya se había ocultado completamente.
Al borde de una de las
montañas más altas había una entrada escondida, cubierta de nieve y roca y unas
gruesas puertas hechas de hielo verdadero. Pero cuando Drei trató de acercarse
se sorprendió al ver que dichas puertas estaban destrozadas; los pedazos de
hielo desparramados estaban cubiertos de sangre como si alguien hubiera tratado
de derrumbar la entrada usando solo sus manos, solamente había una persona
capaz de lograr algo así.
Atravesó el estrecho camino
que llevaba al corazón de la montaña, siguiendo el minúsculo rastro de sangre
perteneciente a su hermana. No necesitó una antorcha ya que las paredes de
aquel pasillo brillaban tenuemente con una luz azulada, y apenas unos minutos
pasaron hasta que logró llegar al final del camino. Entró a una cueva enorme,
fácilmente más grande que cualquier catedral que hubiera visitado. El suelo
estaba cubierto de piedras brillantes, y del techo colgaban miles de
estalactitas que iluminaban el lugar. A solo unos pasos de donde Drei se
encontraba había un pequeño lago subterráneo de aguas cristalinas, y
arrodillada frente a dichas aguas estaba Inyssa, inmóvil.
Se acercó con cautela, y
gracias a la luz proveída por las aguas notó que al lado de su hermana yacía el
cuerpo de otra mujer, piel pálida como la nieve. El cadáver de Riven tenía los
ojos cerrados, de modo que a simple vista parecía que dormía pacíficamente.
Pero Drei sabía la verdad, su interior estaba vacío, la mujer estaba muerta. El
rostro de Inyssa estaba cubierto en sombras, e incluso su poderosa visión era
incapaz de atravesar las barreras de su alma.
-Lo siento mucho.- Dijo con
voz serena, aunque en verdad no comprendía el dolor de la mujer.- Sé que ella
era muy importante para ti.
-Estuve buscando todos estos
días.- Contestó Inyssa con voz cansada, cómo si no hubiera oído a su hermano.- Siete
días sin comer ni dormir, solo buscando este lugar. Y cuando finalmente lo
encuentro…
Drei se arrodilló y le puso
una mano en el hombro a su hermana, como siempre lo había hecho cuando debía
consolarla. Había adivinado correctamente su paradero, y por suerte parecía
haber llegado a tiempo.
-No deberías haber venido.-
Habló en voz baja, casi susurrando.- La fuente de los muertos no es el lugar para
alguien como tú.
Desvió la mirada hacia las
aguas cristalinas que tenía en frente, y vio lo mismo que hace tantos años,
cuando había visitado por primera vez aquel lugar legendario. En la superficie
se reflejaban rostros conocidos; amigos, familiares, incluso el rostro de Riven
aparecía allí, mirando fijamente a Inyssa con una sonrisa en los labios. La
mano de la mujer se acercó al agua, pero fue detenida cómo si una fina pared de
hielo se interpusiera entre ambas.
-No puedo alcanzarla. Ni a
ninguno de ellos.- Inyssa habló entre sollozos, con una voz que le hubiera
quebrado el corazón a cualquiera, excepto a su hermano.- Quiero que estén
conmigo. Quiero que vuelvan.
-Los muertos no tienen
intención de volver a nuestro mundo.- Declaró Drei.- Y los únicos que pueden
atravesar el agua y obligarlos son aquellos lo suficientemente sabios cómo para
saber que no deben intentarlo.
De la nada Inyssa soltó una
risa atronadora, que la sacudió hasta los huesos y la obligó a arrodillarse aún
más. Era una risa salvaje, llena de ira y miedo y poder.
-¿Sabios? ¿Qué tan sabio
puede ser alguien que se rehúsa a vencer a la muerte, aunque tenga el poder
necesario para hacerlo?- La mujer se volteó por primera vez, y Drei observó sus
llameantes ojos, más vivos que nunca. Y aunque había una sonrisa en su boca
podía notarse el dolor fijo en su rostro.- Aunque sea algo inevitable ¿Qué no
es esconderse de la muerte el principal objetivo de vivir? ¿Para qué peleamos
en esta guerra entonces? ¿Por qué no simplemente nos rendimos y dejamos que nos
corten la cabeza si realmente es inevitable?
-Peleamos para proteger este
secreto, para evitar que hombres y mujeres débiles como tú encuentren este
lugar y cometan el mayor error de todos.- La voz de Drei resonó en las paredes
de la cueva, llena de fuerza.- Y ya sea que consigamos la victoria o seamos
derrotados, eso queda en manos del destino para decidir. Pero no alargaremos
nuestras vidas sólo para evitar que otros hagan lo mismo. Ese es nuestro
objetivo, deberías haberlo sabido ya hace mucho tiempo.
-Sí… supongo que nunca lo
entendí por completo.- Los ojos de Inyssa parecieron opacarse de repente,
perdidos.- Nunca fui como ustedes. Yo siempre quise vivir, sin importar qué, y
siempre quise proteger a aquellos que me rodeaban. Toda mi vida… pensé que
había algo mal conmigo.
-Querer vivir no es un
error. Temerle a la muerte lo es.
-¡Es exactamente lo mismo!-
El grito de su hermana resonó en todo el lugar, y la cueva pareció temblar por
un instante.- No existe una diferencia. La gente le teme a la muerte porque
desea vivir, y lo mismo pasa al revés. Mi fuerza siempre provino del miedo, y
ese miedo era el que me ayudó a sobrevivir tanto tiempo.-Bajó la cabeza, y por
un instante una sonrisa pareció asomarse por su rostro.- Por fin lo entiendo…
nunca había sido tan claro.
-Te equivocas. El miedo no
es algo natural, Inyssa. No sabes lo que estás diciendo.- Se acercó aún más a
la mujer, preocupado.- Ven conmigo, debemos volver. Todavía hay tiempo para
curarte…
-¿Curarme? ¿Curarme de qué,
exactamente? Eres tú el que se equivoca Drei, yo jamás necesité una cura.-
Inyssa logró finalmente pararse, sus manos aun goteando sangre.- Todo este
tiempo creí que había un problema conmigo, pero no podría haber estado más
equivocada. Ustedes son los que están enfermos. Realmente siento lástima por
ustedes; no pueden sentir el miedo, y gracias a eso no desean de verdad la
vida.- Sacudió lentamente la cabeza, y sus ojos relampaguearon siniestramente.-
Pero yo puedo cambiar eso.
Fue entonces que Drei pudo
observar por primera vez a través de los ojos de Inyssa y dentro de su
espíritu, y lo que vio lo sorprendió como nada lo había hecho antes. El fuego
que era el alma de la mujer ardía con una fuerza inconmensurable, extendiéndose
incluso fuera de su cuerpo de forma antinatural, formando lo que parecían
extremidades llameantes que llegaban hasta los extremos de la cueva.
-Ludis bendita ¿Cómo pude no
haber visto esto antes?- Drei dio dos pasos hacia atrás, desconcertado.- ¿Cómo
pudo mi visión oscurecerse tanto?
-El miedo sabe cómo
esconderse en los corazones de las personas.- Contestó Inyssa.- Actúa como
combustible, es imposible de ver pero alimenta nuestra voluntad. Y mi voluntad
era más poderosa que la de cualquiera.
Era cierto, la sombra del
miedo se hallaba en el centro del corazón de Inyssa, extendiéndose como una
enfermedad alrededor de la mujer. Ya era demasiado tarde para hacer algo al
respecto.
-No debes culparte.- Inyssa
se acercó lentamente hacia su hermano, y por primera vez esbozó una sonrisa
como las que solía mostrar, llena de cariño.- Es gracias a ti que las cosas
podrán cambiar.
Pasó la mano por sobre la
mejilla de Drei, y de repente el hombre sintió como si una corriente de
electricidad lo atravesara; no podía moverse. Inyssa lo estaba reteniendo tan
solo con su poder de voluntad.
-Gracias a ti voy a poder
curar a nuestra gente.- Le susurró al oído, y esas palabras fueron lo más
terrible que el hombre había oído en su vida.
Drei trató con todas sus
fuerzas de liberarse, pero el poder de su hermana era demasiado para él. Lo
único que podía hacer era observar como esta avanzaba nuevamente hacia el lago,
el piso de la caverna temblando bajo sus pies. Entendió entonces que era lo que
tramaba, y sintió un vuelco en el corazón.
-¡Inyssa, no lo intentes!
¡Vas a cometer un error terrible!
-Ya cometí el error de dejar
que todas las personas que amaba murieran sin saber lo que es vivir.- La voz de
Inyssa sonaba amarga, casi resignada.- No pienso dejar que eso vuelva a pasar.
Si no puedo arrastrar a los muertos hacia nuestro mundo entonces les daré una
razón para volver.
Con un grito atronador
Inyssa usó su poder contra las aguas de los muertos, intentando atravesarlas
con su puño ensangrentado. La cueva entera tembló por la potencia del impacto,
y una lluvia de estalactitas cayó sobre el lugar, quebrándose y cubriéndolo
todo de hielo. Pero la barrera que le impedía seguir aún estaba allí. Por un
momento Drei sintió un alivio enorme, creyendo que ni siquiera ella podía
atravesar la barrera entre los muertos y los vivos, pero Inyssa volvió a
ponerse de pie. El miedo alimentó su voluntad aún más, llenando el lugar
entero.
Levantó el puño una vez más,
y con un grito capaz de sacudir el cielo mismo se abalanzó contra la barrera,
destrozándola finalmente y haciendo que media caverna se viniera abajo. A
través del polvo y la luz filtrándose por el hueco que acababa de crearse, Drei
presenció horrorizado lo que Inyssa estaba haciendo.
Su puño había atravesado
finalmente las aguas, y de las puntas de sus dedos su espíritu se expandía por
todo el lago como el fuego en un incendio, como una enfermedad.
El lugar se llenó de miles
de voces, cada una más desesperada y terrible que la anterior. Del interior del
lago Drei observó cómo centenares de manos oscuras se aferraban a la orilla y
trataban de escapar. Gracias a su visión podía ver con toda claridad como el
poder de Inyssa los corrompía lentamente, las sombras extendiéndose por sus
cuerpos.
-Por dios ¿Qué has hecho
Inyssa?- Su voz apenas se oía por encima de los gritos y sollozos, pero aun así
la mujer logró escucharlo.
-Los he liberado de la
insoportable paz del sueño.- Habló con orgullo, y sus ojos estaban más
iluminados que nunca.- Y pronto ellos liberarán a nuestros compañeros de su
muerte en vida… y entonces todos podrán temer como lo hago yo ¡Y algún día
nuestra voluntad será lo suficientemente poderosa como para derrotar a la
muerte misma!
Drei vio a uno de los
espíritus acercarse hacia él, su cuerpo oscuro parecía humo, y sus ojos
brillaban como carbones ardientes. La criatura se acercó con movimientos
violentos hacia su dirección, y de sus manos crecieron garras de sombra. Apenas
logró liberarse del control de Inyssa para esquivar el ataque que seguramente
lo habría matado, y con sus poderes alejó al espíritu, reteniéndolo.
-Parece que no tengo más
fuerza para detenerte.- Inyssa largó una carcajada apenas audible, y dio unos
pasos hacia su hermano, mientras incontables espíritus se materializaban a su
lado.- Pero ya no hay nada que puedas hacer. Los espíritus de este lugar ya
están más allá del poder de cualquiera. Logré que vuelvan a desear la vida, y
no hay nada que pueda detenerlos.
-Esto no es natural… es una
abominación.- Drei estaba lleno de ira, pero su voz seguía tan serena como
siempre.-Lo que has hecho… yo no puedo curar esto. No creo que haya nadie que
pueda hacerlo.
-Tienes razón… nadie puede
detener esto.- Alzó la vista ligeramente hacia el cielo nocturno; la luz de la
luna estaba oscurecida por los espíritus que volaban en dirección hacia
Valaris.- Pronto llegarán a la ciudad, y aquellos pocos que no mueran
aprenderán a temer y serán como yo… ya no volveré a estar sola.
Drei dio unos pasos con
dificultad, y pudo ver más de cerca la desesperación que se escondía bajo la
felicidad de su hermana. Realmente todo era su culpa; él era quien debería
haberse dado cuenta de lo que le pasaba antes, quizá entonces podría haberla
curado. Todos iban a pagar por su error ahora. Sólo había una cosa que podía
hacer.
-No puedo detener la
oscuridad que acabas de liberar sobre el mundo.- Habló lentamente, mientras se
acercaba a la mujer.- Pero puedo evitar que alguien vuelva a cometer el mismo
error.
-¿Piensas matarme?
-No, eso no serviría de
nada, ahora que cuentas con tanto poder podrías volver de la muerte a tu
antojo.- Sujetó la mano de la mujer con la suya.- Pero puedo encadenarte a este
lugar, para que no causes más daño.
Drei pronunció unas
palabras, y su voz salió cargada con la fuerza de una tormenta. Inyssa cayó al
suelo de rodillas, invadida de repente por una presión descomunal. Había usado
toda su fuerza para romper aquella barrera, y no tenía forma alguna de
resistirse.
-No soy la única por la que
debes preocuparte.- Le recordó ella, aún de rodillas, rostro ensombrecido.-
Algunos de nuestros compañeros sobrevivirán, y querrán seguir mis pasos.
-Entonces acabaré con ellos
y me aseguraré de que no se conviertan en la misma clase de espíritus que
acabas de liberar.- Contestó sin ningún tipo de duda en su voz.
-Hablas tan calmadamente de
matar a tus amigos… se me hace difícil creer que el monstruo sea yo en esta
situación.- Volvió a sonreír ligeramente.- Pero incluso si los eliminas,
nacerán más como yo, y quizá no estés vivo para entonces.
Drei se quedó sin palabras
por primera vez, y un extenso silencio cubrió la destruida cueva. Pasó casi un
minuto hasta que el hombre volvió a hablar.
-Nadie más que yo sabe lo
que pasó esta noche.- Dijo lentamente, como si no quisiera llegar al final de
lo que tenía que decir.- Y pronto no quedará nadie más como yo, así que no
tengo otra alternativa. Tendré que alargar mi propia vida.
Inyssa levantó la cabeza con
dificultad, y miró a su hermano a los ojos. Si bien los suyos seguían
brillando, estaban cubiertos de lágrimas; era la primera vez que el hombre veía
arrepentimiento en su rostro.
-Lo siento. Si hay una cosa
que pudiera evitar de esto… es que me hayas encontrado.- Habló en susurros, y
su voz estaba cargada de pesar.- Ojalá te hubieras quedado en Valaris y
hubieras muerto junto a los demás, entonces no tendrías que llevar esta carga.
-En el fondo yo también lo
deseo, pero no me daré a la desesperanza, pues sé que la muerte alcanza a todos
al final, incluso a aquellos como nosotros.
Acercó el rostro de su
hermana al suyo y la besó en la frente una última vez.
-Algún día quizás logre
arreglar tus errores, y tengo esperanzas de que todos estos espíritus volverán
a ser purificados y retornarán a la paz del sueño.
-Supongo que el tiempo le
dará la razón a alguno de nosotros.- Dijo Inyssa en susurros.
-Así es, el tiempo es el
único que decidirá cómo terminará esto.
Drei volvió a ponerse de pie
y miró a su hermana por última vez, y el peso que sentía sobre sus hombros
junto al dolor que sentía casi logró derribarlo. Pero no había nada que pudiera
hacer por ella. Algún día sería capaz de liberarse de esas cadenas, y para
entonces esperaba que hubiera cambiado. Esa era la única esperanza que le
quedaba.
-Yo también lo siento
Inyssa. Lo siento tanto.
Y con esas palabras le dio
la espalda a su hermana y se alejó de la cueva, saliendo por una de las paredes
derrumbadas. La luna era lo único que seguía sin cambio alguno, iluminándolo
todo sin siquiera percatarse de lo que había ocurrido esa noche.
Con su poder Drei selló la
cueva, de forma que nadie pudiera volver a encontrarla. Cuando se volteó para
observar las montañas divisó el cielo enrojecido y cubierto de humo, en
dirección hacia su querida Valaris. El fuego crecía sin control, e incluso
desde esa distancia casi podía oír los gritos de dolor y horror de su gente. No
había nada que pudiera hacer al respecto, tan solo esperar.
Se acercó hacia una de las
rocas que había cerca y se apoyó contra ella, dando un largo suspiro. Cuando el
sol saliera la mañana siguiente ya no podría descansar; cazaría a todos
aquellos émpatas que lograran sobrevivir, y luego tendría que exiliarse de su
ciudad muerta, en búsqueda de los que vendrían después de ellos.
Apoyó la cabeza contra la
roca y contuvo las lágrimas, empujando todo su dolor hacia lo más profundo de
su ser. Y en esa noche clara, bajo la luz de la luna, Drei se entregó al sueño
por última vez, esperando el amanecer.
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